Culpable? Si
Sabía que no era ningún ángel. Era cruel, manipulador, sanguinario. Disfrutaba con el dolor y la sangre. Ese olor metálico, húmedo, líquido pero denso, caliente, que recorría su garganta lentamente. El sabor del músculo recién arrancado de su dueño. Los ojos, esa mirada en la que se mezclaba terror e incredulidad, deseando que todo fuera una pesadilla y su final no fuera ese, no fuera a cargo de unos dientes humanos afilados como cuchillas.
Recordaba a sus victimas. Todas. Su sabor y sus gritos cargados de horror y una pizca de esperanza por ser salvados. Estúpidos. Recordaba el sabor de su madre, dulce y lleno de energía, ella no se resistió mucho, la locura había hecho estragos en su mente. De su padre y su hermano lo que más recordaba era su mirada de pánico, el terror más puro que había llegado a ver, el terror de descubrir que vivían con el auténtico demonio sobre la tierra. Recordó a un pequeño, inocente, con un gran corazón, literalmente grande, estaba tierno y caliente, su sangre fue como una copa de vino dulce, simplemente delicioso.
Estaba orgulloso, sí, realmente orgulloso de sus actos. Eran la esencia de su vida, una obra de arte.
Una mañana, sin embargo, su vida se complicó inesperada y desagradablemente. Irrumpieron en su casa arrancando la puerta, mancillaron su santuario de paz y se lo llevaron a los calabozos. Tras varias palizas le informaron que había sido culpado y condenado por asesinato. ¡Por un vulgar y asqueroso asesinato! Una copia burda y barata de su arte. Al parecer hacía unas noches había ocurrido un asesinato múltiple en una miserable y sucia calle de la ciudad, en la vida y la muerte. Había corazones y mandíbulas arrancados. Pero no faltaba nada, ni un pedacito de carne, nadie había disfrutado del aroma y el latir del corazon, nadie había deslizado su lengua por la suave carne desollada.
Un insulto, eso fue para el viejo Cesar. ¡¡¡Un cruel insulto hacia su vida y legado!!! Jamás dejaría que se le recordara por esa mediocre matanza. Pero nadie puede escapar de los calabozos de la inquisición.
Juró venganza, juró sangre y juró miedo y terror como jamás hubiera conocido ese agujero hediondo de ciudad y con cada tortura sus deseos se volvían más oscuros y despiadados
Una noche sus plegarias fueron escuchadas y un joven consiguió rescatarle. Pobre alma, pensó el viejo y por primera vez conoció lo que supuso que era la piedad. Pero eso no frenaría sus ansias de venganza. Haría correr por las calles ríos de color escarlata.
El primero fue el juez, valiente estúpido engreído. Entre sollozos dejó escapar que todo esto fue parte de un plan para arrebatarle sus posesiones. El dinero es un falso amigo, te da adversarios y una falsa sensación de seguridad. El dinero no le salvó de morir desangrado. En su honor probó de su garganta el liquido de la vida, aún bombeado por un último latido. Los gritos de horror de la sirvienta se escucharon en toda la ciudad.
El segundo fue el mendigo, pobre diablo, sólo quería dinero y poder calentarse, pero vender su alma al mejor postor no fue su mejor apuesta.
Los terceros… jamás los olvidará. Sentados a la mesa, en una macabra comida. El padre no adivinó que ocurría hasta que César sacó el primer ojo de su mujer. Estaba salado. No pudieron gritar, se aseguró de ello. Para él eran el plato estrella. Una vez acabada la obra invitó a los gatos a unirse al banquete. Que pieles tan suaves, que gargantas tan perfectas.