-Donde hubo fuego-

Dicen que el pasado es un cubo lleno de cenizas. Pero nadie dice que puede pasar si esas cenizas volvieran a la vida y calcinaran hasta la muerte todo lo que crees saber sobre ti.

Amaia era pequeña, si se descuidaba el perro que cuidaba del rebaño era más grande que ella. Era una niña alegre, disfrutaba en el campo y se conocía el valle de su pueblo, en el Baztan, como su propia casa.

Lo que más la gustaba era ver la puesta de sol desde el limite del pueblo o mejor dicho lo que el pueblo llamaba limite. Era una calle estrecha y recta que bajaba por una cuesta, al fondo estaban las montañas, normalmente cubiertas con niebla que las otorgaba un aire lúgubre con las últimas luces del día. Más allá de esa calle estaba prohibido pasar, más allá vivían los Agotes, marginados, malhechores, despiadados asesinos, monstruos. Nadie en el pueblo iba por allí. Nadie en el pueblo los consideraba siquiera como personas. No había luces en las calles, ni risas de niños ni perros corriendo tras un pedazo de pan. Solo inmundicia y maldad. Los mayores del pueblo contaban en sus historias que ni el feroz Basajaun, protector del bosque, los permitía la entrada a su reino pues ellos portaban la muerte donde fueran.

Pero una noche pasó algo, Amaia sin darse cuenta comenzó a andar y cruzó la calle. Sus piernas se movían pero su voluntad no estaba en ellas. Seguía caminando como si fuera un sueño. En la oscuridad veía ojos brillantes, escuchaba susurros, amenazas. Tenía miedo, pánico, pero su cuerpo no la respondía. Sentía calor y una fuerza que la obligaba a caminar, era como si algo tirara de ella. De repente una sombra se interpuso en su camino hacia la nada.

-¿Donde va esta mocosa? Tu no eres una de nosotros, tú eres una de los otros, de esos que dicen ser de bien, de esos que nos tratan como ratas, ¿Que pasa? ¿Quieres morir? Porque no dudaría ni un segundo en rajarte esa garganta de niña buena y tirar tus tripas a la plaza de tu bonito pueblo.

-Déjame, no te acerques y quítate de mi camino- Acertó a decir. Pero esa voz no era suya, esa voz era oscura y profunda, vibraba en su pequeña garganta pero no pertenecía a su cuerpo.

-Serás perra desgraciada…- La sombra sacó un cuchillo que brilló a la luz de la luna y se abalanzó sobre la pequeña.

Al día siguiente Amaia estaba en su habitación llena de arañazos. Cuando despertó fue a la cocina. Allí estaba su madre que la abrazó corriendo llorando.

Al cabo de un rato se tranquilizó y la contó lo ocurrido. Al no volver a casa salió su padre a buscarla y de pronto oyeron voces «al otro lado» fueron corriendo y la encontraron el la última calle acurrucada llena de arañazos y un hombre de los Agotes estaba desangrado a su lado con las tripas echas pedazos.

Amaia cerro los ojos intentando recordar pero solo escuchó una voz ronca.

– Solo hice con el lo que el quería hacerte a ti. Disfruté muchísimo no lo niego. Soy nueva en ti y siempre te protegeré.

Pasaron los años y la familia se mudó. Fueron muchas las habladurías y los intentos de venganza de «los otros» cada vez se acercaban más a su objetivo. Las gentes decían que el Basajaun había salvado a la niña de morir a manos de esa bestia pero cuchicheaban y los críos no querían que se acercara a ellos.

Acabaron en una pequeña cuidad amurallada. Allí nadie los conocía y Amaia volvía a disfrutar de las puestas de sol sin miedo y los años pasaron de largo.

Al fin todo fluía con normalidad hasta que la gente volvió a mirar a la chica de reojo y lo ocurrido años atrás regresó.

Una mañana escuchó a un grupo de hombres relatar su historia, riéndose y llamándola pestes. Las señoras la miraban con recelo y se cambiaban de camino al pasar por su lado. Enfureció, no tenían derecho a remover su pasado, aquella horrible historia, ella no había matado a aquel hombre. ¿O si? Tenía el recuerdo del olor de la sangre y su sabor pero era imposible a penas tenía 6 años.

Esa noche volvió a notar ese calor, ya lo conocía pero era diferente. Una voz suave, aterciopelada pero helada sonó en su cabeza.

– Hola princesa, me llamo Lía y aún no me conoces pero soy tu, déjame solucionar esto, será solo un momento, vamos está noche a la casa de comidas solo quiero hablar con ellos- En su mente sonó una carcajada que heló su alma. ¿Se estaba volviendo loca? Otra vez…

– ¡No! – Gritó, se sentía mareada, la casa daba vueltas y el corazón se saldría en cualquier momento por su boca. Volvió a sentir esa sensación que la negaba la voluntad sobre su cuerpo, notó como el fuego corría por sus venas inyectando hasta el último de sus músculos. Recordó lo ocurrido cuando era pequeña, aquella vez la salvó de una muerte segura, pero ahora no corría peligro, solo deseaba venganza contra aquellos hombres. De un momento a otro todo se hizo borroso.

A la mañana siguiente tres hombres aparecieron ahorcados a la entrada de la cuidad, en un viejo árbol que había enfrente de una iglesia en una entrada de la muralla. Amaia se horrorizó y salió corriendo, pero no puedes escapar de lo que eres. La voz de Lia volvió a sonar.

-¿Donde vas? te dije que no era como ella, pero tampoco voy a dejar que vuelvan a condenarnos. Yo soy tu venganza.

Y es que al final el pasado tiene sus códigos y costumbres.

Irene Adler Spinelli

-El Pasado-

Si dejas cabos sueltos no te olvides de comprobar que la puerta que está a tu espalda sigue cerrada.

Despertó en medio de la noche. El corazón le latia de forma vertiginosa y como desde hacía tres noches un extraño estremecimiento le encogía el estómago . La sensación de sentirse vigilado, como si las paredes tuviesen ojos que se clavaban como puñaladas en su nuca.

Por fin pudo armarse de valor y encender una vela. Examinó la habitación lentamente, la tenue luz se perdía en los rincones dejando intuirse confusas siluetas que lejos de calmar su alma perturbaban aún más su alma.

-¡¡Ya esta bien!!- Se dijo a si mismo. No iba a dejar que esa situación perdurara más tiempo. Se armó de valor, aferrado a la sutil luz de la pobre vela decidió salir de la cama y enfrentarse a sus miedos.

Despacio y conteniendo la respiración examinó cada rincon del aposento. Una carcajada nerviosa salió de su garganta al comprobar que simplemente era un terror infantil y resolvio volver a dormir. Apagó la llama pero… Un leve siseo volvió a ponerle en alerta. Miró en todas direcciones y no consiguió ver nada. Estaba completamente helado ¿Qué estaba pasando? Intentó hablar pero sus palabras se congelaron en su garganta al escuchar una voz en su nuca.

-¿Nervioso?-Dijo una sombra.

No podía creerlo. No podía ser verdad. No era posible que pudiera escuchar esa voz de nuevo. Él mismo se ocupó de conducirlo al infierno.

-¡Vaya! parece que no me esperabas. Te he estado buscando. Tenemos una deuda pendiente ¿Recuerdas?

Por fin consiguió moverse y darse la vuelta pero alli no había nadie. Se estaba volviendo loco y su corazón amenazaba con salirse del pecho.

-¡Jajajaja! – Otra carcajada resonó esta vez fuerte, clara y cruel – ¿Qué te pasa? ¿Se te ha comido la lengua el gato?

No podía ser. Era imposible. Como pudo encendió la vela, pero lo que vio en ese momento hizo que deseara no haberlo hecho. El resplandor de una mirada cruel se dejó intuir en un rincón oscuro.

-¡No es posible, tu estas muerto! Yo te dejé en aquel calabozo para que te pudrieras.

-Así lo hiciste pero olvidaste que el pasado siempre regresa. No puedes negarme que sabías que vendría. Que esas muertes no te recordaban a mí, que no te recordaban tu mentira. Siempre has sabido quien, mejor dicho qué era. Jamás te importó porque acababa con tus porblemillas sin hacer ruido ni dejar rastro. Ningún tipo de rastro. Solo hizo falta dinero para que te olvidases de todo y me vendieras como una sucia rata.

Se acercó a él sonriendo, con una mueca macabra en la cara.

-Yo no quería – dijo el alguacil – me obli…

-¡¡Cállate!! – Escupió César al mismo tiempo que aferró la traquea de su amigo con su mano. Sintió el aire, entrando y saliendo de aquel cuerpo. La arteria bombeando sangre con fuerza. Imaginó su colmillo desgarrandola. Una pequeña mueca de satisfacción macabra se dibujó en su rostro- ¿Quién fue? ¿Quién hizo esa ridícula copia barata de mi arte?

-Yo… Yo… – La mano se aferró con más fuerza- No lo sé, una vieja juró haber visto una muchacha que corrió hacia las casas de la posada, detrás el palacio. No sé más. No me ma…

Sonó un crack. Dejó de gimotear, de lloriquear. Su cuerpo quedó como un muñeco de trapo. Sus labios morados, su boca abierta, sus ojos… Rojos… Como bañados en vino… El vino…

Cesar pasó su lengua por sus afilados dientes, era hora de hacer algo digno de un dios con ese deshecho humano.